miércoles, 11 de diciembre de 2013

Joven & Alocado ( Parte I )


Con el Sr. Q omnipresente y aún así ausente en mi vida, mientras rezaba para que se me apareciera en cuerpo y alma, resucitara aunque sea en un mensaje de texto o exorcice a su novio de su vida, decidí seguir mi camino y tratar de no obsesionarme. La esperanza es lo último que se pierde, pero tampoco voy a perderme de darle la oportunidad a alguien nuevo. Así es como de repente en mi vida apareció el Niño F. Se sobreentiende por su sobrenombre que es más chico que yo, y eso era lo que complicaba un poco la situación. Por lo general, la edad no es un problema, salvo en este caso. Porque si comenzaba la relación tratando de proyectar algo, iba a ser complicado visualizar un futuro con él. Pero, por otro lado, yo también fui joven y sé que la madurez no viene con la edad, sino con la experiencia. ¿Entonces tenía que darle una oportunidad al Niño F?

Mi primer novio me llevaba casi 18 años y Dios sabe que todo hubiera sido diferente si yo me hubiera dado una oportunidad con él y viceversa. Y eso que en ese entonces no creía en Dios. Todo era muy diferente en ese entonces, mi edad, mis creencias, el país, el mundo y mi madurez. Aunque antes de llegar a Córdoba algo de experiencia tenía, o al menos eso creía…


EVANGELIO 1:1: A LOS ONCE Y EN UN SUEÑO

El santito de la escuela, excelente conducta, excelentes notas hasta en educación física, donde era un desastre, sin embargo, siempre le caí bien a los profesores de educación física y ellos a mí, claro que por distintas razones en la mayoría de los casos. El mejor amigo del curso a quien ponían al más rebelde de la clase a sentarse conmigo para que sus notas mejoraran y lo hacían. Me llevaba bien hasta con ese de la clase que todos odiaban. Pero si había tenía un enemigo. Un alumno de otro curso que era detestable, pedante y agresivo con esos compañeros que ya alertaban a mi inmaduro gay-dar. En esa época, los bullys no existían y sinceramente en una escuela pública a nadie le importaba mucho lo que pasaba en los recreos. Mucho más en una escuela gigantesca. Pero yo lo veía todo. Escuchaba los gritos y veía como desnudaban en pleno pasillo a ese compañero algo afeminado. La impotencia de no poder hacer nada y el miedo a que si lo defendía, quizás iban a pensar (o saber) que yo también era gay, aunque ni siquiera yo lo tenía tan claro. Hasta que un día, me quedó un poco más claro, cuando en un sueño, peleábamos cuerpo a cuerpo, sin remera, en medio de los demás compañeros. Realmente lo detestaba, y era una pelea con mucha brutalidad lo golpeaba y le ganaba. Él, como la mayoría de los chicos malos, era hermoso y sexy. No pude evitarlo, me desperté en el medio de la noche y había sucedido. Mi primera eyaculación, había tenido un sueño húmedo. No sabía que me pasaba, y no se lo conté a nunca a nadie, ni a mis padres. Un tiempo después escuché entre mis amigos lo que era ‘hacerse una paja’ y entonces supe que era lo que me había pasado. Desde entonces, siempre que lo veía sentía rabia y al mismo tiempo me calentaba sexualmente. De todas formas, sentía que estaba haciendo algo malo, que estaba pecando en muchos sentidos. Antes de dormir, con mi mamá siempre rezábamos y yo en silencio, siempre pedía perdón por sentir eso por un hombre. Por muchos años seguí haciendo ambas cosas: tocándome pensando en ese compañero y sintiéndome culpable después. Al bully, lo encontré muchos años después en un boliche gay, a mi me calienta el sado-masoquismo y el compañero afeminado es ahora un exitoso transformista en Tucumán. La vida es bella.

EVANGELIO 1:2 : DIOS ESTÁ EN TODOS LADOS (Y MIS PADRES TAMBIÉN)

"Aunque no lo veamos, Dios está en todas partes" y cuando dicen que Dios nos creó a su imagen y semejanza, le dio esa misma omnipresencia a mis padres. Hubo una época en que estaban siempre pendientes de mis comportamientos, de mis amistades, de lo que hacía y lo que no. Hasta pensaban que mis amistades me estaban arruinando y siempre me amenazaban con enviarme a una escuela privada y religiosa. Quizás sabían que algo me estaba pasando o que algo estaba ocultando. Porque siempre fui malísimo para mentir, y en esa época lo era mucho más. Pero en realidad eran ocultamientos. Tenía miedo que descubrieran algún lado homosexual, algo que me delate. Y eso me hacía parecer un sospechoso en mis actitudes. Sobre que de por sí, era bastante sigiloso y callado, no ayudaba para nada el hecho de que tenía pruebas del pecado escondidas en la casa. Porque en esa época no se podía borrar un historial de la compu. En esa época era un videocassette gigante, por lo general rojo, de una porno alquilada en el videoclub en el que había mentido la edad, las revistas gays NX escondidas detrás de los juegos de mesa, recortes de publicidades con hombres casi desnudos y un diario intimo que me había regalado una amiga donde escribía cartas y poesías a chicos que me gustaban y lo que me pasaba con ellos. Ya en ese entonces tenía ganas de escribir todo. Claro, que en esa época, escribir y tener un diario era algo muy gay. Ridículo. Hasta que un día, mi madre, que todo lo ve, encontró el diario y me preguntó porque lo tenía escondido delante de todos en el almuerzo. Nunca supe si lo leyó o no, tenía un candadito de esos de juguete. Inventé algo super sospechoso, mencioné algo de Doug Narinas y me hice el enojado. Esa noche, corté todo lo que había escrito, lo quemé y dejé de escribir por el miedo a ser descubierto. Por las dudas. La desconfianza de mis padres iba creciendo cada vez más, al igual que mi paranoia


EVANGELIO 1:3 - SOMOS LA OSCURIDAD DEL MUNDO

Después llegó el primer enamoramiento. Aunque en realidad para mi compañero era más explorar su sexualidad, yo ya estaba seguro de lo que quería. Así es que cuando venía a estudiar conmigo durante las calurosas siestas donde todos dormían y mientras mi mamá estaba en el trabajo, comenzó un jugueteo muy adolescente con ese compañero (a quien llamaré D). A veces sentía que yo lo pervertía y me sentía lo peor del mundo, entonces dejaba de hablarle, pero él siempre volvía, él también tenía ganas. Y cada vez, subíamos la apuesta, aunque después nos sentíamos sucios y culpables, muy culpables. Entonces nos ignorábamos por un tiempo. Pero claro, éramos adolescentes y nada detenía las ganas. Hasta que una vez, en la escuela, decidimos pedir permiso para ir al baño a la misma hora y nos encontramos en el baño. Ahí nos desnudamos e hicimos todo, o lo que creíamos que era hacer de todo en ese entonces. Pero justo entró alguien al baño, nos asustamos, recuerdo que sentí algo horrible, que mi vida estaba terminada y me venían imágenes como las que ves antes de morir. Era el conserje limpiando el baño. Rápidamente, D pasó al cubículo del lado por debajo, le pasé la ropa y nos fuimos de ahí casi corriendo sin que nos descubriera. Después de eso, decidimos parar un poco, él se puso muy mal y me dijo que estaba mal lo que hacíamos, que teníamos que parar. Y lo entendí. Nos dimos un último beso muy triste y lleno de frustración. Y nunca más hablamos sobre el tema. Él después se puso de novio con una chica, siempre tuve claro que era heterosexual y que solo estaba experimentando.

EVANGELIO 1:4 – LA PRIMERA COMUNIÓN & LA CONFIRMACIÓN DEL INFIERNO

Como todo adolescente de padres cristianos y de muchas tías hipercristianas, tuve que hacer la Primera Comunión para no ir al infierno. Infernal era levantarse los domingos a las 8 de la mañana para ir a catequesis. Lo único por lo que iba era para ver ese chico del barrio, que era un poquito mayor y que, aunque durante la clase era angelical, todos en el barrio sabían que era un demonio. Eso me calentaba obviamente. Trataba de concentrarme en las clases, pero solo veía sus brazos y sus piernas. Pero tenía que calmarme, estaba en la Iglesia, no podía pervertir todo. Como si fuera poco, el sacerdote de la Iglesia, era lo más estricto y te preguntaba cosas de la Biblia en el medio de la multitudinaria misa de los domingos. Te hacía pasar al frente y te gritaba si no sabías la respuesta. Es decir, dos horas de puro sufrimiento y terror. Para mí era complicado concentrarme, sobre todo porque siempre terminaba al lado del vecino que era alto como yo. Y durante la misa, tenía que tomarle la mano para rezar, darle la paz y soportar estar a su lado, casi pegado, todo transpirado en esa microscópica iglesia de barrio, en la misa del mediodía, con ventiladores insuficientes en Santiago del Estero. Pero tenía competencia, nuestro joven catequista, estaba obsesionado con él, casi tanto como yo. Siempre lo estaba buscando y siempre que podía le tocaba el hombro y cosas más obvias. Y yo notaba que le interesaba más que como alumno. Mi vecino se aprovechaba de eso muy bien sobre todo durante los exámenes. El catequista nos hablaba de los mandamientos, del significado de pecar y de todas las cosas que teníamos que confesar al sacerdote antes de tomar la hostia. Al poco tiempo al catequista ese, lo trasladaron y en el barrio se comentaba que se había quedado con plata de las limosnas. ¡Que santo! Antes de la Primera Comunión pensé si confesarle al sacerdote mis pensamientos impuros, sobre ser gay y demás, pero decidí que no tenía nada de malo, como querer estar con alguien iba a tener algo de malo. Si Dios existía, estaba seguro que iba a entender. Hice la Primera Comunión pero no la Confirmación. Le expliqué a mis padres que no estaba seguro de eso, que no sabía si creía tanto en la Iglesia y en la religión. Ellos entendieron.


EVANGELIO 1:5 – CAÍN & ABEL

En la escuela, tenía muchos grupos de amigos. Entre ellos había algunos que veía seguido ya que vivíamos en el mismo barrio. Caín (así le voy a decir) era uno de los consideraba buenos amigos. Tenía un hermano menor (al que voy a llamar Abel), era solo un año menor, por lo que siempre jugaba con nosotros. Ambos eran lindos a su manera, pero me sentía mucho más cercano de Abel, porque podía conversar con él y le gustaban las mismas cosas que a mí. Una noche de verano, nos quedamos jugando a las escondidas con varios de los chicos del barrio. Con Abel tuvimos la idea de escondernos en el mismo lugar. Caín era quien nos buscaba y estaba cerca. Entonces Abel me tomó de la mano y me llevó a una casa abandonada que había en la cuadra. Estábamos atrapados y apretados en una de las habitaciones. Y de la nada, empezamos a besarnos y a tocarnos. Nos metimos mano, nos acariciamos. En esos momentos, nos olvidamos de que Caín nos estaba buscando. Hasta que nos encontró. Nos quedamos paralizados sin saber qué hacer. Caín se rió y se acercó. Quería unirse a nosotros. Pero nosotros no queríamos, Caín insistió y comenzó a bajarse los pantalones, ahí es cuando Abel lo empujó muy fuerte y lo hizo caer al piso y lastimarse. Caín se enojó y salió gritando: ‘¡Ahora van a ver mariquitas, putos de mierda, voy a contarles a todos. Voy a ir ahora a contarle a tu mamá, Pablo!’ y salió corriendo hacia mi casa…

Continuará…


Pablo M. Acuña

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